La 39ª edición de este maratón
conmemoraba los 25 años de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92, por lo que yo,
que soy ferviente seguidora del espíritu olímpico y de los valores que lo
conforman (“tanto en la vida como en el deporte”, como decía un antiguo
anuncio), iba especialmente motivada por participar y hacerlo todo lo bien que
pudiera. Pero, por otro lado, también sabía que la ilusión por participar no
iba a ser suficiente para que bajara de las 4 horas en maratón por primera vez
en mi vida y, siendo realista y valorando mis entrenamientos (“corta” de
kilómetros y a un ritmo “excesivamente cómodo”), mi mejor pronóstico era
acercarme a las 4h 5’ -pero que incluso eso lo veía difícil, por lo que el día
antes a la carrera hubiera firmado hacerme un 4h10’.
Sin embargo, no sé qué pasó en el
interior de mi cabeza en el momento del cajón de salida, quizá fuera efecto de
escuchar varias veces la emotiva canción de “Barcelona” con Mercury y Caballé -ya
que, al ser esta canción la oficial en este maratón para cruzar la línea de
salida, pues yo, además de escucharla en el momento de mi salida, ya la escuché
desde mi cajón en las tres salidas previas que hubo (había cinco salidas en
total). O quizá fuera efecto de la impresionante lluvia de papelitos de colores
que lanzan sobre los corredores al cruzar el arco de salida y que ves
revoloteando a tu alrededor durante casi dos kilómetros, pero el caso es que mi
“inseguridad” ante mi rendimiento se transformó en ganas de arriesgar y darlo
todo para intentar el sub-4 horas ahí mismo y me transformé en “Yolímpica”. Así
que desde ese mismo momento de pasar la línea fui a bajar de las cuatro horas,
que quizá era un poco locura por mis ritmos entrenando y mi experiencia en mis
maratones previos, pero pensé que sería muy bonito conseguir ese pequeño reto
personal en esa edición con aire a juegos olímpicos y salí a arriesgar.
Este es el maratón en el que
menos he mirado el reloj, pero las primeras veces que lo miraba, normalmente en
kilómetros “redondos” (el 5, el 10…), mi media de carrera indicaba 5’29” por
km., vamos, más rápido de los 5’40” necesarios para bajar de 4 horas. Pero
seguí al mismo ritmo porque imaginaba que los últimos 10 kilómetros del
maratón, con los más que probables dolores musculares, perdería tiempo, así que
como necesitaba margen y ahí lo podía obtener, pues, hala, a continuar a ese
ritmo.
Durante algunos puntos en esos
kilómetros previos a la media maratón y en alguno posterior recibía los
enérgicos ánimos de Marina (la novia de Pedro, un compi de club), que me pegaba
unos buenos gritos que me hacían muchísima ilusión. E incluso sacó tiempo, no
sé cómo, para correr a mi lado algún kilómetro. Además, siempre que la veía me
daba información también de cómo iba Fer, mi marido y, claro, toda esa atención
que Marina nos dedicaba a nosotros le hacía más compleja a ella la labor de
seguimiento a Pedro, por lo que literalmente se recorrió Barcelona corriendo de
unos puntos a otros siguiendo milimétricamente su planificación previa para que
le fuera posible llegar a todos lados en el momento exacto. No sé cómo pudo
compaginarlo todo, pero lo hizo. (Mil gracias por esa ayuda a pesar de conocernos
poquito, porque tus gestos ese día supusieron muchísimo). También Isa, otra
compi del club, me vio y me gritó en un par de ocasiones, lo que también se
agradece y es de utilidad, por supuesto.
Respecto a los avituallamientos
en carrera, comentar que eran perfectos y cada 2,5 kilómetros desde el 5 de
carrera. Tanta frecuencia me ayudaba porque me hacía más amena la carrera al
tener que estar muchas veces pendiente de ellos con todo lo que suponen (coger agua,
Powerade o algo de fruta, no resbalar en las partes mojadas ni con otras
botellas, vasos o peladuras de plátano, esquivar los cruces peligrosos de
algunos participantes…) y, por tanto, en esos tramos, me olvidaba completamente
de la sensación de cansancio o dolores -algo especialmente útil a partir del
kilómetro 30. Además de los abundantes y frecuentes avituallamientos, también
obtiene muy buena nota en este maratón la cantidad de público en las calles, con
zonas abarrotadas que te llevaban en volandas y te ponían la piel de gallina.
Bueno, el maratón continúa y los
kilómetros van pasando. Yo sigo mi carrera algo más rápido de lo que hubiese
sido lo sensato, pero de momento me siento bien y voy disfrutando aunque muy
concentrada en hacerlo bien (tanto que ni me di cuenta del paso por monumentos
significativos de la ciudad, por ejemplo, ni vi la Sagrada Familia en carrera).
Bueno, al menos sí disfruté más adelante el paso que se hace bajo el Arco del Triunfo,
que me pareció una zona preciosa que desconocía y que cargaba pilas antes de
dirigirse a los momentos clave de la carrera.
Mi ritmo medio total hasta el 31
era de 5’31”/km y ahí aún no tengo grandes dolores, aunque desde ese momento
mis gemelos y sóleos ya comienzan a protestar y voy cambiando a ratitos mi
estilo de correr para ver si consigo que la cosa no se agrave y lleguen a meta
a un ritmo razonable. Así que desde ahí toca probar qué pasa si llevo talones
al trasero, si hago “skipping”, si corro más o menos de puntillas, si apoyo más
la parte interna o externa de los pies, si disminuyo o agrando la zancada… Y
todo eso para intentar dar descanso, aunque sea algunos segundos, a algún
músculo de los que se empiezan a quejar. Un poquito más adelante, cerca del
kilómetro 36, paso junto a la playa, algo que suena estupendamente y, claro,
que “mola” mucho por las bonitas vistas, pero que a esas alturas lo que provoca
es más unas ganas locas de desviarte del recorrido e irte a meter un ratito las
piernas en el mar. Sin embargo, lucho contra la tentación y sigo en el
recorrido rumbo a la estatua de Colón. Parece que mis piernas siguen corriendo
razonablemente bien, aunque voy perdiendo ritmo medio de carrera poco a poco.
Sin embargo todavía confío en que si no empeoran bruscamente mis músculos la
renta obtenida hasta el km. 30 sea suficiente para llegar antes de las 4 horas
a meta.
Después de saludar a Colón ya queda
la recta final, el temido Paralelo (la Av. del Paral·lel), que va desde antes
del km. 40 al 42, en subida no exagerada pero sí constante, que a esas alturas
se hace bastante duro. Lo bueno es que hay muchísimo público en toda esa
avenida y, además, yo voy de “subidón” porque, aunque mi ritmo ha disminuido,
puedo aún seguir corriendo decentemente y ya queda poco para meta. Mi media
total de carrera hasta ahí sigue estando por debajo del 5’40” por km., así que lo
voy dando todo para que no se me escape el objetivo de bajar de las 4 horas. Pienso
que quizá no me vea en otra igual, tan cerquita y con la marca objetivo siendo
posible, así que no quiero desaprovechar la ocasión por nada del mundo y tirar
por la borda el esfuerzo de los 40 kilómetros anteriores. Y, sinceramente, también
me ayudan mucho a esforzarme las muchísimas ganas de ir al baño (que llevaban
ya muchos kilómetros acompañándome). Vi varias cabinas, pero no pude parar en
ellas porque en todas las que vi había alguien esperando fuera y pararme a
esperar turno hubiera supuesto perder demasiado tiempo y, por tanto, el fin de
mi sueño, así que tocaba resistir hasta meta.
Y por fin llego a la plaza de
España y diviso las dos torres con Montjuic al fondo. Es la recta a meta, quedan
195 metros. Miro el reloj y veo que mi “sueño” es una realidad, así que
disfruto esa recta a tope y levanto los brazos felicísima para pasar la meta y
que las fotos y vídeos de llegada reflejen mi alegría.
Y, claro, como yo consideraba que
había hecho un “marcón” inesperado para mí horas antes, pues estaba deseando
contárselo a Fer (que iba a flipar). Pero la que flipé fui yo también porque él
bajó de 3h30’, un “exitazo” y su récord personal por bastante, así que los dos
estábamos en una nube. Desde luego ambos tendremos un gran recuerdo de nuestro
primer maratón en la “Ciudad Condal”.
Por último, me gustaría cerrar la
crónica comentando el increíble mérito de la gente que participa en la maratón,
en esta o en otras, con serias dificultades físicas (yo pasé en esta maratón,
por ejemplo, a un chico con una pierna amputada, sin pierna ortopédica en ella,
y avanzando gracias a dos muletas) y también a todos/as los que acompañan y
empujan sillas de ruedas de personas con discapacidades graves y que, en muchos
casos, lo hacen para reclamar ayudas a la investigación de enfermedades poco
frecuentes (por ejemplo, el caso de la ataxia telangiectasia, con tres chicos afectados participando y sus familiares
o amigos poniendo su esfuerzo para hacerlo posible -enfermedad que conocimos un
poquito más porque todos ellos estaban alojados en nuestro hotel- y tenían allí
un stand informativo). Toda esta gente que no se rinde son ejemplos para todos
los demás.